El pasado 6 de noviembre de 2018, nuestra Olivia nos abandonó de una manera cruel, brutal e inesperada y hemos querido rendirle un homenaje contando al mundo su dura historia, la cual espero nos ayudéis a difundir, a ver si entre todos y todas creamos algo de conciencia en favor de nuestros animales.
El Principio
Pese al riesgo de extenderme demasiado, para que podáis entender mejor la historia, voy a remitirme a la situación que nos llevó a adoptar a Olivia.
Hace algo más de 11 años, llegó a nuestra vida Max, una revoltosa cachorra de Bulldog Frances que puso nuestro mundo patas arriba y hacía ya un par de años que notábamos en Max el normal bajón de energía y nivel de apatía que produce la vejez en una raza de perros cuya esperanza de vida ronda los 9-10 años, por lo que pensamos en liarnos la manta a la cabeza y coger otro perro.
Por cuestiones del destino (y otras por las que no merece la pena extenderme), Irene, mi pareja y verdadera responsable del proyecto Pedales y Zapatillas, vio la ficha de Olivia en el facebook de APASOS Vitoria, una mestiza de Staffordshire Bull Terrier con serios problemas de miedo hacia las personas.
En un principio le dimos muchas vueltas, ya que, siendo sinceros, ¿quién quiere coger un perro con problemas?
No sé bien cómo, pero surgió una conexión entre la perrita y nosotros, convirtiéndose en tema de discusión y debate. Veíamos sus vídeos, leíamos y releíamos su ficha y al de una semana desde que surgiera la idea, decidimos conocerla.
Hablamos con Begoña, una voluntaria de la protectora APASOS Vitoria, que vive por y para estos peludos abandonados y repudiados por la sociedad. Concertamos una cita y nos prepararon un espacio para el encuentro.
La adopción
Irene y yo somos personas con una experiencia bastante dilatada en el mundo canino, por lo que sabemos que no se puede llevar un animal a casa a lo loco. No es un juguete, sino un ser que siente, padece y conlleva una tremenda responsabiliad.
Tanteamos a Olivia y, pese a presentar un miedo terrible (cuando digo terrible, es terrible de verdad…era para haberla conocido) a las personas, con nosotros parece que conectó, así que al día siguiente volvimos acompañados por Max, a ver que tal conectaban entre ellas.
Después de varias pruebas de interacción y, pese a que Max es bastante «sotilla» con los perros, Olivia era todo lo contrario, excesivamente sociable con sus congéneres. Viendo que no había ningún problema entre ellas, que podrían ayudarse mutuamente y, reconozcámoslo sus ojazos color miel ya nos habían cautivado, iniciamos el proceso de adopción.
Al ser un animal catalogado como PPP (Perro Potencialmente Peligroso), la adopción es más complicada ya que requiere una licencia por cada persona que vaya a encargarse de él y un seguro específico, además de un registro en el catálogo de PPPs del ayuntamiento en el que vaya a estar registrado.
Durante las dos semanas que duró el papeleo, acudimos a diario a la perrera para seguir conociéndonos y que las perras siguieran interactuando.
Habíamos previsto el día de la adopción para el fin de semana y así tener capacidad de maniobra, pero una repentina sobrecarga de PPPs en la perrera hizo a Begoña (APASOS) llamarnos, ya que no se veía capaz de garantizar la integridad física de Olivia, así que precipitamos dos días la adopción y la recogimos el miércoles 22 de marzo de 2017.
Lío con los papeles
En la ficha y pasaporte de Olivia ponía que era una mezcla de Staffordshire Bull Terrier, perro catalogado como PPP en España, pero no en gran parte de Europa. El asunto es que cuando estábamos formalizando los papeles, el dueño de la perrera vio a Olivia y dijo que eso estaba mal, que era una Pitbull y no una Sttafie.
Nosotros viajamos mucho en autocaravana (https://autocaravanerosviajeros.blogspot.com) y, para no tener problemas en las fronteras, debemos tener cuidado con el tipo de perro que tenemos, así que, después de ponerme muy borde y subir un poco el tono, acabó dejando la raza que ponía originalmente en los papeles.
Durante la discusión, le metió un tachón a la raza y volvió a escribir encima y eso, ante un control de aduanas podría llegar a darnos problemas, así que unos días más tarde exigí que me rehicieran el pasaporte.
La adaptación
Ya os he dicho que Olivia presentaba un cuadro de miedo patológico a las personas, sufriendo unos bloqueos terribles que la dejaban como una estatua de hielo.
Durante los 3 primeros días, la perra ni comió ni bebió absolutamente nada. Estábamos tan preocupados por su salud que íbamos a llevarla al veterinario de urgencia para que la hidrataran vía intravenosa, pero antes de meterla en el coche, se me ocurrió mojarme el dedo en el agua, se lo pasé por las encías…y de repente, comenzó a beber y comer.
Durante unas semanas, Olivia mantenía una respetable distancia de seguridad entre nosotros, pero seguía filemente a Max, lo que le ayudó a conocer la casa, el terreno y, un poco, a nosotros.
Creo que habían pasado 3 semanas, cuando de repente, a Olivia le dio un ataque de energía y se puso a jugar como loca conmigo.
En un principio, no sabía si estaba jugando o me estaba atacando, ya que oir ladrarme como loca a una perra que en 3 semanas no se le había oido ni respirar, impone.
De ahí surgió otro periodo de tiempo en el cual cada día se iba desbloqueando un poquito más e iba siendo el boceto de la perra que iba a llegar a ser.
El adiestramiento
A lo largo de nuestra vida, hemos trabajado con diferentes adiestradores caninos, pero con quién tenemos mayor confianza es con Iñaki Markinez, del Centro de Adiestramiento Canino y Club Txapeldun.
Antes de adoptar a Olivia, hablé con él y me dijo que le diese un tiempo para conocernos y después se la llevásemos para valorarla. Pasado ese tiempo prudencial, nos acercamos al Club y en 5 minutos, Iñaki nos dijo: «No hay problema, es una perra fuerte y es recuperable».
A partir de ahí, acudimos durante 5 meses al centro cada fin de semana, además de una rutina diaria, donde trabajábamos el instinto de manada, reglas de convivencia y algunos límites básicos.
La complicación de rehabilitar a un animal (o persona), con problemas, es que juega la pena y tendemos a permitir malos hábitos que después son difíciles de corregir, así que las cosas claritas desde el principio.
La evolución era dos pasitos para adelante y uno para atrás, ya que su trauma le hacía retroceder de vez en cuando, aunque esos retrocesos, cada vez fueron menores, hasta el punto de ser casi inexistentes.
Al final del periodo de adiestramiento, Olivia caminaba en junto, se sentaba, acudía a la llamada, daba la patita (eso es cosa nuestra…luego os explico) y soltaba cualquier cosa que tuviera en la boca a la orden, además de haber forjado un vínculo fuerte entre nosotros.
Empieza el verdadero trabajo
Con las bases hechas, tocaba superar el miedo, así que cargados de salchichas, nos dedicamos a visitar cantidad de pueblos y zonas relativamente tranquilas, donde podíamos pasear con Olivia e irla acostumbrado a la gente.
Al principio fue duro, ya que la perra se bloqueaba, pero poco a poco y con la colaboración de la gente que se acercaba a ofrecerle una salchicha, Olivia fue saliendo del terrible agujero en el que había estado.
En casa, lo mismo. Hicimos bastantes comidas con familia y amigos, para que Olivia se fuese haciendo a la gente. A veces había niños, otras perros y en otras únicamente adultos. El punto en común, es que todo el mundo que venía a casa jugaba con Oli, respetando su espacio y su ritmo de socialización.
Serie de vídeos de adiestramiento para Dummies hecho con Oli:
El primer gran reto
El tiempo iba pasando, la perra avanzaba así que decidimos dar un paso más allá y aventurarnos a pasar tres semanas viajando por los Alpes en autocaravana:
Nos costó unos días readaptar el espacio, pero en muy poco tiempo nos acostumbramos a la convivencia en ese espacio limitado.
En casa, Olivia siempre mantenía una distancia de seguridad, pero en 6m2, no queda más que vivir apretados, lo cual unido a una rutina compuesta por largos paseos «en manada» por las cumbres de Europa, hizo que diese un paso más y se produjo el desbloqueo casi total de la perra.
Cuando llegamos a casa Oli ya se había hecho al contacto y, pese a mantener cierta distancia en situaciones concretas, ya buscaba nuestra compañía.
Una terrible noticia
Max llevaba un tiempo algo apática, lo que achacábamos a la edad, pero empezó a tener ausencias y se quedaba durante largos periodos de tiempo mirando a la pared, fija y sin reaccionar. Cuando dejó de comer y beber la llevamos rápidamente al veterinario.
Le empezamos a hacer pruebas y después de una resonancia, nos dijeron que tenía un tumor en la hipófisis que le presionaba el cerebro y le producía esos síntomas. Nos dieron varias opciones: radioterapia, químio…pero todas con la mínima esperanza de vida.
Depués de valorar todas las opciones, optamos por una tercera, que nos parecía menos agresiva, los corticoides.
Ni tengo que decir las lágrimas llegamos a echar ante tan terrible noticia, nuestra pequeña canalla, tenía los días contados. No llegaría a verano.
En estos momentos duros, el haber tenido a Olivia nos sirvió muchísimo, ya que con su alegría y ganas de vivir, no nos dejaron caer en el pozo negro de la depresión o desesperanza y continuamos haciendo vida relativamente normal con ambas perras.
Periodo de alegría
Sorprendentemente, el tratamiendo con corticoides estaba dando unos resultados asombrosos, no solamente porque ha superado con creces la esperanza de vida, sino que, quitando un pequeño temblor en la pata trasera, Max era (y es) de nuevo esa perrita loca y activa de siempre, por lo que volvimos a los largos paseos por las parcelarias, las salidas al monte los fines de semana y horas de juego intenso en el jardín con ambas perras.
Olivia había dejado atrás el terrible miedo que la bloqueaba. Es cierto que presentaba un cierto nivel de individualidad, pero también espezaba a buscar más el apego con nosotros.
Hay una escena que tengo grabada en mi cabeza y al pensar en ella hace que las lágrimas vuelvan a brotar, y es cuando estaba Olivia acurrucada en su cunilla, haciéndose la dormida y cuando decíamos «¿Qué pasa chica? ¿Guoli-Guoli?» (derivación cariñosa de Oli-Oli), no podía controlar el movimiento de la punta de la cola, que la tenía cerca de la cara, delatando que estaba despierta, y le decíamos en bromas: Ayyyy, esa cola chivata…
Cuando veníamos de trabajar, después de haber tenido un día de mierda, Oli nos asaltaba en la puerta del coche, azuzándonos con el juguete para que se lo tirásemos o la persiguiésemos.
Al principio no tenías muchas ganas de juerga, pero después de chincharte 3 veces, lo dejábamos todo en el suelo…y salíamos corriendo detrás de ella.
Por muy malo que hubiese sido el día, siempre lo terminábamos con una enorme sonrisa en la cara.
Seguimos entrenando
Pese que Olivia iba bien, no nos relajábamos en el entrenamiento, por lo que la seguíamos sociabilizando y trabajando órdenes básicas de control: sienta, aquí, suelta…
Además de eso, también pusimos en práctica algo que aprendimos cuando visitamos el Oceanográfico de Valencia y es acostumbrar al perro a ser manipulado. La orden de «dame la patita», nos permitia limpiarle y examinarle las patas, al igual que el «sienta y quieta», que nos permitía revisarle desde las orejas hasta la cola.
De hecho, una vez que tuvo carraspera, la veterinaria alucinó al poder abrirle la boca y verle sin esfuerzo toda la epíglotis, de hecho, abrió tanto la boca, que se veía una pequeña luz al final 😉
Al vivir en un entorno rural, también le dimos prioridad a que pudiera andar suelta y no atacase al ganado. De hecho, en Entzia siempre ha habido caballos, vacas u ovejas y conseguimos que Olivia pasara junto a ellas sin mirarlas siquiera.
Un digno objetivo
Hasta tener a Olivia, pese a haberme criado siempre entre perros, nunca había conocido a fondo un Pitbull. Había oido maravillas sobre esta raza: inteligencia, apego, fidelidad, juguetones…y de verdad os digo, que el Pitbull es una raza increible pero con un mal publicista.
Hartos de noticias sensacionalistas, en las que da igual que raza ha sido la que ha atacado o matado a un niño, que siempre se la achacaban a un PPP, nos tomamos el reto de lavar su cara e imagen, mostrando la verdad que hay detrás del mito, desmitificando esa gran mentira que se ha creado alrededor de ellos.
Allá donde íbamos, todo el mundo alucinaba con lo juguetona, amable y educada que era, cambiando la percepción que tiene mucha gente sobre ellos.
Ha soportado estoicamente a niños y niñas acariciánola, dándole chuches e incluso algún tirón de rabo, frente al que no ha hecho mayor reacción que la de sentarse y recogérselo para que no se lo quiten.
Ha jugando con perros de una manera muy educada, ha ido suelta y no se ha acercado al ganado, e incluso al pasar bicis, coches o motos, no les ha hecho ni caso.
¿Si hemos conseguido esto con una perrita con semejante tara, qué no se puede conseguir con una desde cachorra? Sólo es cuestión de constancia, paciencia y educación.
El terrible final
El domingo 4 de noviembre, Oli estaba sin mucho apetito y vomitó unas cuantas veces. En un principio lo achacamos a que el sábado habíamos estado en Opakua, donde comió algo de nieve y machacó un buen número de palos, así que no le dimos más importancia. De hecho yo salí a dar la habitual vuelta de domingo en bici por Entzia y grabar un vídeo sobre los efectos del tornado que arrasó la zona en julio.
El lunes, Oli volvió a vomitar, así que le di un protector gástrico que teníamos de otra vez que anduvo pachuchilla y poco después bebió y al mediodía comió algo, pero a eso de las 15:30, volvió a vomitar todo, así que la llevamos al veterinario.
Le hicieron unos análisis, una ecografía y el diagnóstico fue una pequeña pancreatitis producida por una gastritis y el potasio algo bajo, así que la dejaron durante la noche hospitalizada con suero, algo de antibiótico y un preparado para recuperar el potasio.
Pasó una noche normal y, salvo algo de pirrilera que hizo por la mañana, la perra estaba normal, así que me llamaron para ir por la tarde a recogerla y traerla de nuevo a casa, ya que con su historial de miedos, la recuperación sería mejor en un entorno de confianza.
Cuando la veterniaria me trajo a Olivia, era incapaz de mantenerse en pie y tenía las pupilas totalmente dilatadas, en los primeros momentos se achacó a un estado de pánico pero viendo que la perra no reaccionaba al verme, le extrajeron nuevamente sangre para una analítica más completa.
Me dejaron con ella en la consulta, para que se tranquilizase y poder interactuar yo con ella más tranquilamente. La perra era incapaz de mantenerse en pie y se hubiera caido de bruces de no estar yo sujetándola, entonces aposté por su olfato y le eché el aliento. En ese momento vi como se le cerraban las pupilas y me miró fijamente.
Relajó la respiración, se tumbó y se quedó en posición esfinge, pero con la cabeza apoyada en mi mano.
Le dejé la cabeza sobre las patas y empecé con el contacto más familiar para ella: le acariciaba el interior de la oreja, le rascaba la base de la cola y eché algo de saliva en la palma de mi mano para que tuviera un olor familiar cerca.
La perra se notaba que se había tranquilizado. Levantó la cabeza, la apoyó sobre mi mano, me regaló una serena mirada de esos ojazos color miel y de repente…le dio una convulsión…y expiró mientras se recostaba sobre mi mano. Llamé a las veterinarias, pero no pudieron hacer nada por ella. Olivia, se nos había ido.
No sé si podéis haceros un idea de lo duro que fue ir a la veterinaria a por Olivia, en lo que era algo sin importancia y volver a casa únicamente con su arnés vacío…terrible.
Un proceso brutal
Nadie sabía que había pasado realmente, pero en los resultados de la analítica sorprendía que presentaba una hipoglucemia severa y, pese al refuerzo de potasio, seguía en unos niveles muy bajos, así que pedimos información para la realización de la autopsia, ya que algunos incidentes recientes nos daban la sospecha de que la hubieran podido envenenar. También que tramitasen el servicio de incineración individual en la empresa LAGUN y así poder despedirnos de Olivia de una manera más íntima.
Al día siguiente, con los ojos hinchados de tanto llorar, tuvimos que tomar una decisión que me parecía surrealista; si hacía la autopsia NEIKER, una empresa altamente fiable, no podíamos recuperar el cuerpo, porque por protocolo, lo incineran ellos. La segunda opción era otro laboratorio privado, al cual había que enviarle biopsias de distintos órganos para su análisis. Es menos fiable los resultados que Neiker pero podíamos quedarnos con el cuerpo y enviarlo a la empresa encargada de la cremación.