La II Tierra Estella Epic se celebró el 07 de octubre y, como no podía ser de otra forma, los Hellbikers , no fallamos en semejante evento.
La Tierra Estella Epic
El Club Ciclista “Le Chien Belge”, organizadores y colaboradores en otras pruebas renombre como “la Marcha del Pavo”, “Open Diario de Navarra”, la” Carrera Juniors” de Dicastillo o la “Cronoescalada a Nievas”, en 2016 decidieron hacer realidad una locura que llevaba mucho tiempo rondándoles por la cabeza: Una prueba BTT por las Merindades de Estella.
Con inicio y final en la localidad Navarra de Ayegui/Aiegi, se configuró un espectacular recorrido por las montañas de Tierra Estella, endurecido notablemente para esta segunda edición.
Ofertada en dos modalidades: Bike Marathon (89km/2.600mD+) y Medio Fondo (46km//1.200mD+), la “Tierra Estella Epic” da la oportunidad a cada biker de adaptar el desafío a sus capacidades físicas y mentales.
El Día “D”
A eso de las seis y media de la mañana salimos de Vitoria, por lo que a primera hora ya estábamos aparcados y habíamos recogido los dorsales en el polideportivo de Ayegui/Aiegi.
La mañana amaneció bastante fresca, por lo que optamos por refugiamos en una cafetería cercana para “re-desayunar” y hacer tiempo hasta las 9 de la mañana, hora a la que daría comienzo la modalidad Bike Marathon. La” Medio fondo” lo haría media hora después.
Minutos antes del comienzo de la prueba, para variar, nos colocamos en la cola del pelotón formado por 500 bikers, y entre risas y nervios, al ritmo de AC/DC dio comienzo la II Edición de la Tierra Estella Epic 2017.
Nos lanzamos como lobos por las calles de Ayegui/Aiegi devorando los primeros senderos casi sin enterarnos.
Nos encontrábamos en un sinuoso camino, alrededor del kilómetro 9 cuando Iñigo pinchó. No suele llevar tubeless, pero las cámaras con líquido sellante le salvaron la papeleta.
Después de hinchar un poco la rueda habíamos vuelto a la misma posición que ocupábamos en la salida, es decir, los últimos, pero al llegar a las primeras palas importantes conseguimos volver a unirnos a la gran masa.
Entre viñedos, senderos, pistas y algún que otro tramo de carretera fueron discurriendo los kilómetros hasta que paramos en el primero de los avituallamientos, apostado en el kilómetro 24.
Desde el mismo instante de la salida, la bici me llevaba haciendo un irritante crujido, así que aproveché a revisarla aunque no tuve éxito. Hay ruiditos persistentes que por mucho que enredes se niegan a abandonarnos.
La siguiente parada fue en el kilómetro 47 donde además había un paso de control de participantes.
En ese avituallamiento coincidimos con nuestro amigo Alex Laredo, el Youtuber con quién hicimos el reportaje: Parque Natural Urbasa-Andía, un día inólvidable.
Al igual que otros muchos participantes Alex ya estaba acusando el perfil de serrucho de la prueba, así que le di uno de mis geles de Magnesio Victory. Iñigo también andaba algo tocadillo pero, después de comer algo y estirr, se recuperó bastante bien.
Después de la experiencia que sufrí en la I edición de la Tierra Estella Epic, decidimos llevar un ritmo cómodo que nos permitiera ir 1h30m por debajo del tiempo de corte previsto para cada tramo pero sin desfallecer.
Hacía tiempo que habíamos dejado atrás los divertidos senderos para enfrentarnos a una pestosísima subida de 5 kilómetros por pista, donde el factor psicológico fue absolutamente determinante.
Al llegar al avituallamiento líquido del kilómetro 66 no se encontraba nada bien y por desgracia, Iñigo conoció a ese señor que todos los ciclistas tanto tememos, el del mazo. Mareos, náuseas, debilidad y abatimiento son los síntomas que presentaba, así que tomó la decisión más inteligente en esos casos, la de retirarse.
La gente de la organización hizo una llamada para avisar y cuando me aseguraron que ya venía una furgoneta a por él, lo dejé sentado en un banco y continué la marcha en solitario.
Únicamente acompañado por el chirrido de mi vieja Occam, eché de menos a mi compañero y los siguientes kilómetros se me hicieron eternos. A las crudulentas palas, había que sumarle los 27ºC que marcaba el Polar M450.
Realmente no es que hiciese tanto calor, pero en el bosque cerrado no corría ni una brizna de aire y al estar Lorenzo a pleno rendimiento, la temperatura subía como en una olla a presión.
En el camino me junté con un participante (ya me puede disculpar, no me acuerdo de su nombre) que llevaba el mismo ritmo que yo, así que nos fuimos dando compañía hasta que nuevamente al igual que a Iñigo, el señor del mazo le pasó a visitar.
Le di mi último Gel de magnesio Victory (el anterior se lo había dado a Alex Laredo) y también mi último Gel Energy Boost. Me ofrecí a esperarle pero me pidió que siguiera, ya que no sabía si podría continuar.
Le aconsejé que tomara el de magnesio, fuera caminando mientras bebía líquido, un poco más tarde se tomara el otro y seguí con mi tran- tran. En un cruce más adelante avisé a un chico de la organización de la situación del compañero que dejé atrás.
Según avanzaban los kilómetros, fui recogiendo participantes descolgados, formando una especie de procesión de descoyuntados que se arrastraba por allí.
En una cuesta de esas que te hacen llorar, recogimos a Alex Laredo que se había separado de su compañero e intentamos darle rueda, pero al final también se descolgó.
Del mismo modo que se había formado, la grupeta, se deshizo. La gente fue descolgándose y llegué al último de los avituallamientos únicamente acompañado por el duro ciclista del Goierri, Oskar Rodrigo.
Nos compenetramos bastante bien, así que fuimos dándonos relevos. En los tramos menos técnicos pero más pestosillos iba yo delante y en el resto me llevaba él (Dios, que duros son estos del Goierri).
El cansancio ya comenzaba a hacer mella en mí, sobre todo cuando nos dieron la mala noticia de que nos tocaba volver a subir la enorme cuesta que acabábamos de bajar para volver a Ayegui/Aiegi.
El descenso que tan alegremente habíamos hecho por pista, tocó remontarlo por sendero cerrado, lo que hizo mella en mi moral.
Esos sentimientos de frustración son normales cuando el amigo del mazo nos ronda, así que conseguí controlar la desesperanza, el esfuerzo y tiré para arriba. No me quedaban geles, ya que se los había dado a otros particpiantes, pero tampoco tenía intención de petar teniendo la meta tan cerca.
En un tramo de descenso entre árboles, se me fue un poco la cabeza y me metí una órdiga de espanto contra un árbol.